Ella, con tan solo 20 años, fue la última persona en verlo con vida. Su hermano Bernardo era uno de los meseros de la cafetería del Palacio de Justicia. Desde entonces empezó un camino que nunca imaginó que pudiera ser tan largo, duro y fuerte. De a poco se volvió una buscadora y ahora sabe que tiene una misión: recorrer los territorios, escuchar, abrazar a las víctimas, pero también visibilizar el fenómeno de la desaparición. “Se lo debemos a los más de 100.000 desaparecidos que hay en Colombia”, asegura.
Por Sara Bonoldi, Contagio Radio
“Hace 38 años no conocía y no me imaginaba la crueldad de país y de ignominia que existía en el marco de los desaparecidos; hace 38 años, pasando ya nueve gobiernos, nueve gobiernos de impunidad y de silencio y de respaldo a la injusticia y a la masacre perpetrada desde el mismo Estado hacia el pueblo colombiano. Hace 38 años no sabía que era la guerrilla y porque un comando guerrillero del M-19 se tomaba el Palacio de Justicia y para qué era. Hace 38 años no existía la desaparición tipificada en la constitución de Colombia, luego no era un delito”.
“Soy Sandra Beltrán Hernández, hermana de Bernardo Beltrán Hernández, desaparecido en la toma del Palacio de Justicia en los hechos ocurridos el 6 y 7 de noviembre de 1985”. Así arranca Sandra cuando empieza a narrarme su historia. Cuando ocurrieron los hechos ella tenía 20 años, era estudiante de enfermería y ocupaba el quinto lugar de 6 hermanos que tuvieron Bernardo y María, sus padres.
Su hermano Bernardo era uno de los meseros de la cafetería del Palacio de Justicia. Sandra me cuenta que la última persona en verlo con vida fue ella porque salió a la puerta de la casa cuando él se iba para el trabajo, esperó que llegara a la esquina, él se volteó y se despidió levantando el brazo. Sobre el medio día, estando en el supermercado Idema, por un radio transistor que tenía el portero del establecimiento, Sandra escucha la noticia que un comando del M-19 acababa de tomarse el Palacio de Justicia.
Al llegar a la casa, enciende una radiola para seguir escuchando las noticias e intenta comunicarse con su mamá, que no puede acudir al teléfono y volver a la casa hasta que termine su turno laboral a las dos. Poco a poco en la casa empiezan a reunirse más familiares, todos pendientes de las noticias para saber que era lo que estaba pasando, y al día de hoy no lo saben.
Se tocaron muchas puertas desde ese día y entre los pocos que acudieron al llamado estaban la Comisión de Justicia y Paz y Eduardo Umaña Mendoza; empieza entonces un camino, que nunca se imaginarían que pudiera ser tan largo y tan supremamente duro y fuerte, “afortunadamente de la mano de ellos”, recuerda Sandra. Umaña Mendoza fue un abogado defensor de derechos humanos que acompañó a las 11 familias hasta que lo asesinaron en 1998: “Quedamos a la deriva. Fue como si hubiéramos perdido otro familiar más, para nuestro padres fue perder otro hijo.”
“No sabía yo hace 38 años que yo era buscadora de un desaparecido de Colombia.”
Daños colaterales de la desaparición
Sandra me comenta que su madre se murió a los diez años de haber desaparecido Bernardo y su papá muere en 2015. En 2016 aparece Bernardo. O un porcentaje de él mejor dicho.
“Cuando mama fallece yo me retiro del caso unos dos o tres años porque irónicamente yo pensaba que la causa de la muerte de mi madre había sido la desaparición de mi hermano y de cómo eso nos había destruido el hogar y la vida de seis hijos y dos padres. Pero valga también contar que eso hace parte de la ignorancia, de la burbuja en la que vivíamos en esos años, en que desconocíamos lo que pasaba a nuestro alrededor y en las zonas rurales del país y que hemos venido aprendiendo por este camino que nos tocó a la fuerza recorrer sin querer.”
En 2019 según la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas la cifra de personas de las que no se ha vuelto a tener noticia es de 120.000, y el porcentaje de impunidad es casi del cien por ciento. Lamentablemente, en Colombia son miles las familias afectadas por la desaparición de un ser querido y muchas las dificultades con las que se tienen que enfrentar en su empeño en la búsqueda. Sea cual sea la razón que los mueve, la esperanza o la necesidad de conocer la verdad, se trata de dar respuesta a años y años de agonía, años de “que pasó, donde está, por qué” que no han recibido respuesta. No saber que pasó es una pregunta que taladra día tras día.
“Claro, hubo avances en todo este tiempo, por ejemplo Eduardo logró tipificar el delito de la desaparición forzada que en 1985 ni siquiera estaba nombrado en la Constitución. Pero fueron unos recorridos impresionantes entre Medicina Legal, la Procuraduría, el Ministerio de Justicia, solamente allá recibieron a mi madre pero pues no fueron alentadoras las respuestas que se le han dado”.
Y es un camino difícil. “Se solicitaron reuniones con cartas a los presidentes, ninguno de los nueve nos ha recibido. El estudio del caso por parte de la Comisión Interamericana también fue largo, tomó diez años, y durante todos esos años seguimos buscando, no dejamos ninguna pista sin seguir, cualquier sitio que nos decían, cualquier bruja que le decían a nuestros padres, la consultábamos. Llegaron a ir a que le leyeran el chocolate, a que le leyeran el cigarrillo, para saber dónde estaban sus hijos.”
Sin hablar de los inconvenientes, los seguimientos, los hostigamientos, las interceptaciones telefónicas que empezaron seguidamente. El proceso fue complejo, mantener la persistencia y no dejarse cegar por la rabia, todo un reto. La necesidad de encontrar algún bálsamo por esas penas, funcionaba como gasolina para el motor de la búsqueda. Aunque la falta de avances concretos, la fugacidad de la verdad, la falta de soporte y acompañamiento psicológicos provocaron que los padres empezaran a enfermar y no solamente los de la familia Beltrán sino que los de las 11 familias. “El común denominador ha sido muerte por cáncer, que ha seguido en otras generaciones como la mía que también lo tuve y más enfermedades que nos hemos ganado por la pena”, señaló.
Empeño en la búsqueda
Fue la Comisión de Justicia y Paz a la que los familiares llegaron por medio del padre Javier Giraldo, que les brindó una guía, soporte psicosocial y acompañamiento, juntos empezaron a hacer conmemoraciones, a tomarse la Plaza Bolívar con una galería fotográfica de sus familiares y las velas del Sin Olvido. “Al principio nos gritaban que estábamos locos, que lo hacíamos para sacarle plata al Estado.”
Lo que realmente estaban haciendo esos familiares era rebelarse contra la dictadura del olvido y luchar con dignidad, a pesar de la impotencia y de la desesperación, buscando la verdad para poder afrontar, entender y superar el pasado, comenta.
En estos 38 años me cuenta Sandra que tuvieron que presenciar muchos tipos de negligencias cometidas por parte del Estado. En los primeros 15 o 20 días después de los hechos, los padres de Sandra pudieron ver supuestamente todos los cuerpos que salieron del palacio hacia Medicina Legal, años después se enteraron de que no habían visto la totalidad de los cuerpos.
Además, 8 días después de la masacre del Palacio, sucede la tragedia de Armero y los cuerpos que traen los mandan a enterrar sobre los que habían enterrado del Palacio, complicando las maniobras de exhumación y reconocimiento. También, en 1986, sale el informe del tribunal especial nombrado por el Gobierno, que recogió testimonios y sacó unas conclusiones sin investigación. Ahí concluyen de la manera más absurda que posiblemente los de cafetería habían muerto quemados en el cuarto piso porque encontraron ahí un bizcocho.
La voz de Sandra se altera cuando me comenta también que en muchos casos fueron los familiares que tuvieron que hacerse cargo del trabajo de investigación, frente a la inoperancia del Estado. “Eso hace parte de la búsqueda. Ponen a los familiares a buscar y a entregar las pruebas para que nosotros hagamos el trabajo que le corresponde a ellos. A mamá le tocó buscar una señora que ese día había interactuado con Bernardo en la cafetería, el trabajo de investigación le tocó a mi mama, a ella le tocó convencerla, llorarle, rogarle, ayudarle, pagarle, darle pa’ transportes, para que fuera a contar de que ahí estaba Bernardo”.
Con el pasar de los años, haciendo presencia en el proceso y viendo horas y horas de videos, enterarse de cómo después de la toma del M-19 la fuerza pública se toma nuevamente el Palacio, entran con batas blancas, lavan con manguera, barren, destruyen las pruebas y revuelven cuerpos. Ver eso, y ver que después de 38 años no hay justicia alguna que haya progresado.
“Que nos entreguen unos huesos en un porcentaje diferente a cada uno, sin acompañamiento a la verdad, pues para nosotros persiste la desaparición total. Hemos enterrado a nuestros padres, ya no quedan si no una viva, seguimos golpeando puertas. Aunque recibimos el perdón de Santos, una invitación que nos hizo para prender un fuego al interior del Palacio, pero que tuvo un detalle bastante simpático: cuando sacamos las fotos de nuestros desaparecidos no les gustó y nos sacaron por la puerta de atrás.”
La búsqueda no ha parado
“Hace 38 años era un dolor no entendible, hoy en día es más fuerte, con más rabia, porque entendemos un poquito la situación del país, porque entendemos porque se tomaron el Palacio de Justicia.”
Sandra cuenta que lo que más la desilusionó fue darse cuenta de cómo en Colombia se repite la historia; con diferentes personajes, en diferentes escenarios, pero se repite. Los asesinatos, las detenciones, los seguimientos, las desapariciones. “Como un Estado ha podido ser capaz de hacer con su pueblo lo que ha hecho, y como el pueblo, como nosotros, permitimos y no nos unimos en contra de esas acciones, como nos falta la sensibilidad para entender el dolor ajeno”.
Todas las historias son importantes afirma, pueden ser distintas pero el sufrimiento y la angustia son los mismos, que se desaparezca a un guerrillero, a un trabajador, a un campesino, a una niña, a un militante, a un sindicalista. Todos son importantes, todos son seres humanos.
Dar este cambio de perspectiva es obviamente resultado de un proceso: “Tuve que investigar. Leí la declaración Antonio Nariño, que fueron los puntos que llevaron el M-19 a tomarse el Palacio, pero ahí entendí yo. Me enteré que el problema era más allá, ya no era solamente que el gobierno no había cumplido los acuerdos de paz, ya era que en Colombia había muchas desapariciones, ya era que en Colombia los militares manejaban el narcotráfico, eran muchas cosas y nosotros estábamos en una burbuja”.
“Ves cómo es importante educar y contar”, me dice y agrega: “por eso yo tengo la obligación moral y ética de contar mi caso, y de enterarme y solidarizarme y compartir los otros casos de crímenes de estado en Colombia. Todos tuvieron padres, madres, hijos. Son seres humanos y eso es lo que nos debe mover. Las buscadoras tenemos esa obligación. Recorrer los territorios, escuchar, abrazar a las víctimas, pero también visibilizar el fenómeno de la desaparición. Se lo debemos a los más de 100.000 desaparecidos que hay en Colombia. Esa es la labor de una buscadora, tener empatía. Exigir que nos los devuelvan vivos porque vivos se los llevaron.”
Es por eso que se organizan actividades de memoria, conmemoraciones, se preparan pancartas, se imprimen fotos de los familiares, camisetas, botones, manillas. Se intenta visibilizar el caso y mantener viva la memoria. Es por eso que si a Sandra la invitan a un encuentro de víctimas ella va y habla de su caso ya que tiene la capacidad por el camino recorrido de guiar a la gente, explicar que tiene que hacer una persona cuando se desaparece un familiar, a dónde puede ir, cómo debe ir, qué debe preguntar, qué debe hacer, y cómo puede hacer la denuncia.
Es por eso que nunca se niega a una entrevista de un estudiante, de la universidad que sea, porque es una manera de visibilizar y mantener el caso abierto. Si la invitan a un conversatorio ella va y habla, no solo de Bernardo sino que de todo el grupo en general. También hace parte del MOVICE (Movimiento Nacional de Víctimas de Estado), con el cual se han documentado casos para la UBPD (Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desparecidas).
“Eso es lo que hacemos hoy en día los familiares: seguir hablando del caso y buscando justicia, visibilizar las victimas que están en territorio. No quiero que las victimas seamos flor de un día, quiero ver justicia.”
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