El video del anuncio del resurgimiento de las FARC EP, como expresión político militar, ante lo que afirman ellos fue la perfidia a lo pactado en el Acuerdo de La Habana, ha suscitado una serie de reacciones, la mayoría de ellas volcadas contra sus anunciadores Iván Márquez y Jesús Satrinch, a quiénes han colocado en el foco de críticas.
Siendo fundadas las reacciones pues muchos estamos distantes de creer que haya condiciones para una lucha armada eficaz, más allá de que las condiciones objetivas que puedan sustentar las razones de esta opción, el acuerdo recortado del Teatro Colón, del 26 de noviembre de 2016, aún con los incumplimientos, la dejación de armas generó otro momento histórico para el país.
Se comprenden perfectamente las reacciones, muchas de ellas viscerales y de indignación ante lo que se califica por sus protagonistas el inicio de la “Segunda Marquetalia”. Es importante observar algunos aspectos más allá de los sentimientos de ira, desencanto, y de frustración colectiva de quienes han trabajo por la paz, los derechos humanos, y las propias víctimas, que aportaron a apoyar este proceso contra viento y marea, hasta el día de hoy.
El foco de la persecución, entre ellas, la judicial ha sido a quiénes condujeron el diálogo por parte de las FARC, Márquez y Santrinch, en La Habana. Ellos dos, de acuerdo con lo que se conoce de lo íntimo en las conversaciones, marcaron los puntos más estratégicos con sus máximos a su contra parte. Fueron los que llevaron a prolongar el diálogo de seis meses, tal como lo pensó Santos, a cuatro años, y quiénes objetaron el desarrollo de un plebiscito a cambio de una constituyente. Eso quizás explica porque quiénes se opusieron al proceso de paz desde el Centro Democrático y sectores militares y empresariales, ubicaron como foco de su operación destructiva a estos dos representativos negociadores, quiénes desde hace cinco días, nuevamente se presentaron como guerrilleros.
Tal propósito se empezó a develar con una manifestación precisa el 9 de abril de 2018, con la detención de Santrich por supuestos cargos de tráfico de cocaína y con fines de extradición, tal como lo anunciara sin sustento probatorio el corrupto y detrás del montaje el Fiscal Néstor Humberto Martínez. Esto generó efectos en el colectivo llamado partido FARC, alimentando sus propias tensiones, y un nuevo campo de confrontaciones entre los ego liderazgos.
Así que sí, los defensores del acuerdo muestran su desacuerdo a la opción armada, también deben comprender que de parte de los perseguidos, las frustraciones, también son profundas, y los miedos son fundados. El entrampamiento y el montaje judicial para ser extraditados injustamente, o la eventualidad de morir asesinados en estado de indefensión pesó en las decisiones personales de Santrich y Márquez. Y estos miedos, van más allá de confiar en el valor con que actúo en derecho la Jurisdicción Especial de Paz, JEP, y la propia Corte Suprema de Justicia en el caso de Santrich, enfrentando la presión del gobierno y del partido Centro Democrático. El asunto más que jurídico es político. El uso del aparato judicial ordinario fue para la continuación de la guerra. (Le puede interesar: Gobierno también es responsable del regreso a las armas de Iván Márquez)
Igualmente, los miedos se alimentaron en la perezosa implementación durante la luna de miel con Santos, y profundizados en las trizas con que el Centro Democrático ha tratado de desmoronar a fondo lo acordado, con buenas y perversas formas. Esa realidad está seguramente en los 2000 hombres, los que se calcula, estarían es esta refundación de las FARC. Y también, es imposible dejar de lado, en la memoria colectiva que se tiene, de los más de 120 integrantes de las FARC asesinados, y medio millar de líderes sociales asesinados desde la firma del Acuerdo. La responsabilidad de la opción en el monte está entonces también en el líder de Centro Democrático que siempre ha llamado a terminar con los Acuerdos. Una guerra total, invocando acabar con la JEP, dar de baja constitucional al Acuerdo y terminar con la dictadura de Maduro que ampara a los terroristas de ELN y la nueva guerrilla. Juiciosa matriz y actuación pública resonada por la mayoría de medios, sin confrontación de fuentes. Así lo expresó el New York Times en su editorial del pasado viernes, Duque saboteó el Acuerdo con las FARC.
Y los miedos, ante esta condición e inviabilidad de lograr a través de un acuerdo de paz una democracia incluyente por la llamada perfidia, arrastra el corazón de una decisión dolorosa para el país, pero tampoco sorpresiva. Hemos vivido procesos de paz en que los incumplimientos han sido las notas características. Ya sabemos del inveterado incumplimiento y traición de los acuerdos de paz por parte de sectores del establecimiento, y de la clase política que expresa los intereses empresariales. Ingeniudad de los negociadores o mejor esperaban que la seguridad jurídica por lo menos se cumpliera.
Finalmente, de todo lo dañino que viene resultado esta decisión, insisto comprensible, el mensaje de cerca de 30 minutos de la madrugada del pasado jueves, muestra uno cambios importantes de contenido, más que de formas. Es evidente que el video con tres cámaras usadas da para dormir. Una estética trasnochada con una retórica que pocos entienden, y que por lo extensa hace perder lo central. Es curioso, pero parecían imágenes de antaño, del blanco y negro, de 40 años atrás, pero retocadas a color.
Apelar a una guerra de guerrillas sin usar de la privación de la libertad de personas protegidas por el derecho humanitario (rehenes, secuestrados) es un avance. Pero lo fundamental es la disposición a la paz, al diálogo, superando este momento de frustración y que podría desembocar en una Asamblea Constituyente, que incluya a todos los que están con armas.
Esto sugiere que nada está perdido. Todo está por rehacer. Y tal como lo expresó Iván Cepeda, hay que redoblar los esfuerzos por la paz completa. Apoyar a los excombatientes, acompañarlos ante la arremetida de señalamientos y acusaciones contra ellosy la cacería de brujas contra los que han aportados en el Acuerdo, y presionar el cumplimiento de lo pactado.
Tenemos en nuestra realidad un campo de aprendizaje para los retos que persisten en la construcción de la paz. La paz se sustenta en la sociedad, y acá en Colombia se observa una expresión ciudadana creciente que se encuentra hastiada de la guerra verbal y armada. Y allí, hay un talón de Aquiles para el propio gobierno y el uribismo. Estamos en un momento de fortalecer, profundizar con esas nuevas y viejas ciudadanías, la creatividad para una mesa de conversaciones con el ELN, y de apuestas de trabajo para llamar a las disidencias de las FARC, a la “Segunda Marquetalia”, y a otros con estrategias para su desmonte.
En el escenario de corto plazo todo dependerá de que los Uribe sean, uno de ellos privado de la libertad, Álvaro, por manipulación de testigos, y que su hermano, el empresario Santiago, sea condenado por concierto para delinquir en la conformación de paramilitarismo. Esta situación abrirá un espacio a las verdades, a muchos de los secretos guardados hasta hoy, que podrían desembocar en un escenario base para que todos puedan ser parte de una salida penal nueva transicional incluyente, y de modificaciones constitucionales y presupuestales que permitan un proceso de satisfacción básica de derechos. Y si está condición no ocurriera, se abre un tiempo en el corto plazo en el plano electoral donde los ciudadanos reduzcan su respaldo al Centro Democrático, un nuevo castigo a esta apuesta autoritaria. Y en el mediano plazo, el sueño es lograr una convergencia social y política que hagan inviable lo armado, tanto para atacar al establecimiento como para defenderlo, y sea en el diálogo y la palabra, el tiempo de la consolidación de la paz completa para abrir a la democracia de la justicia socio ambiental por parte de los ciudadanos.
Ni Santrich ni Márquez son los ángeles ni tampoco los demonios, están viviendo de profundos miedos y frustraciones, que quieren convertir en esperanzas para si mismos y para el país. Es difícil verlo y aceptarlo. Y, nosotros como los miles de excombatientes de las FARC y también de exmilitares, expolicías y de las exAUC comprometios en la verdad, creemos que es el tiempo de la paz.
Ubicar esta condición es fundamental para traer a millares de combatientes de todas las fuerzas al escenario de la paz sin armas. Unamuno lo expresó en un poema. Vivir es soñar. Y soñamos en medio del dolor y frustración en que nos merecemos otra democracia, la de la paz con justicia socio ambiental. Hay esperanza, hay ventanas, nada está perdido, seguimos aprendiendo.
Camilo de las Casas