Por Camilo De Las Casas.
Hemos vivido tantas destrucciones de seres humanos y de proyectos que en apariencia se fundaban sobre la inclusión, la igualdad, la fraternidad y la libertad, y terminaron siendo réplica de lo que se quería transformar. Los ismos han matado lo profundo que se mueve en el alma, esos ismos nos atan, nos vuelven esclavos de ideas que desconocen la realidad, la ontológica y la histórica, y que justo por desconocerla, impiden valorar lo qué en nuestras manos es posible transformar. Nadie niega que somos herencia de un sistema patriarcal, nadie niega que somos hijos del capitalismo salvaje y neoliberal. Nadie niega que somos adoptados en una democracia de odios, de muertes con balas y con exclusión. Nadie niega que hemos padecido un terror de Estado de múltiples formas. Partir de allí significaría reconocer el qué somos para con métodos distantes de la inquisición, de la imposición y la exclusión, sea posible podernos reconstruir como especie, como proyecto de nación y de país en un ejercicio distinto de poder al experimentado desde la independencia.
En estas horas asistimos abiertamente a unos síntomas de una guerra turbia en algunas personas -mujeres y hombres- para lograr ser los primeros en la lista única del llamado Pacto Histórico y también en el interés para ser reconocidos en otros lugares de poder en ese proyecto.
Las apetencias, los deseos, las ambiciones personales, por supuesto legítimas, usan de medios insanos desde el cotilleo de mentiras, las zancadillas de las máscaras, pasando a puñaladas traperas y otras cosillas más. Es más que lo que aparece en las redes, eso es lo superficial que genera adhesiones pero que desestructura el debate en la acción comunicativa que reconozca las emociones y sentimientos, para dar paso a escenarios ciertos de libertad.
Se interpreta desde el lugar emocional o el de la exclusión. Cuando lo emocional invade el ser se cree que cualquier apreciación es contra mí, él o ella. Cuando se habla desde el lugar de la exclusión se parte de esa niño o niño interior que concibe que el pensamiento del otro, me está negando, cuando en realidad está problematizando para que seamos o miremos con adultez el problema. A veces solamente es necesario usar erradamente un masculino o femenino, y se inválida el contenido de fondo. A veces solo es necesario ser mujer o ser hombre para ser callado o para convertir lo que se diga en régimen de verdad. Se hace imposible opinar sobre realidades rurales que son distantes de las realidades urbanas, y más de la urbanas de sectores que viven bien, para ser tachados, eliminados o escrachados. Así los asuntos estructurales que en el Pacto Histórico deberían pasar por ser ya una democracia profunda, en el que las emociones tristes son posibilidad de transformación de emociones, de sentimiento y de razones por un nuevo proyecto de país, se desvanecen entre las veleidades y las superficialidades yoicas del poder. Ejemplos en las redes existen por montón a raíz de la entrevista de Gustavo Petro en el diario El País.
El Pacto Histórico como se lee y se expresa por Gustavo Petro es un proyecto de la Vida y por la Vida, un proyecto que pretende romper las dicotomías izquierda y derechas. Una apuesta que pone en el centro la supervivencia de la especie humana y de los sistemas vivos que coexisten con la mujer y el hombre, en una transición energética que preserva la vida, que se arraiga en territorios que expresan la biodiversidad de la existencia y en el potencial de una tierra cuidada proveedora de alimentos y de posibilidad del goce (turismo), y para estos propósitos transita por una paz con justicias transicionales y una inclusión socio económica, ambiental y de género, de diversas corrientes sociales y políticas en que la mujer es central en el amor por un tipo de orden territorial urbano y social. Lo curioso es ver que se aboga por la paz de los fusiles pero se mata con la exclusión a otros. O protegen la justicia transicional para crímenes de guerra y de lesa humanidad pero nunca esa justicia es posible para los otros que se mueven en el propio Pacto. Para ellos exclusión y hoguera.
Si este Pacto Histórico es de la inclusión, es necesario partir de ver los que allí están y cómo son. Y todas y todos, de los que se saben están allí tienen (tenemos, sin ser yo del Pacto) herencias patriarcales, y capitalistas, feminismos diversos. Allí hay políticos (as) tradicionales. Desde los alternativos hasta los de las metamorfosis de los partidos tradicionales. Algunos con manifestaciones de antiecologismo. Están negritudes de la esclavitud de resistencias diarias y otras de complicidades con los dominadores. O también indígenas de afirmaciones transformantes y otros de las estructuras coloniales. Es qué eso somos, y reconocerlo es un sano punto de partida, para que nadie escupa más alto que nadie. Quizás si el Pacto Histórico se viera en su ser, como construcción de poder nuevo con seres humanos que se quieren transformar así mismos siendo parte de un proyecto de país, el fanatismo daría paso a la humildad,y a comprender que somos todos parte, y en parte reflejo del otro, que somos perfectibles y que los cambios propios y de país son reales y posibles.
Es el tiempo de una ética transversal en el ejercicio de la política que comprende unos mínimos: el reconocimiento de nuestros orígenes, el respeto a la diferencia, la inclusión de las diferencias, y las transiciones procesales en lo económico, lo social, lo cultural, lo femenino masculino (y otras identidades), lo político, y el sentido de justicia en una sombrilla llamada el Pacto Histórico. Lo demás, puede ir al traste con los sueños de cambio, dar pasos de identidad con aquello que se quiere transformar, y desde los ismos consolidar los microfacismos propios del neoliberalismo, micrototalitarismos.
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