Una razón de la imposibilidad de hablar “decentemente”

Una razón de la imposibilidad de hablar “decentemente”

Por culpa de ustedes, el nombre de Dios es denigrado entre las naciones
Romanos 2,24

 

Bogotá, 5 de octubre del 2019

«Me gusta tu Cristo… No me gustan tus cristianos.
Tus cristianos son muy diferentes a tu Cristo»
Mahatma Gandhi.

 

Estimado
Hermano en la fe

Cristianos, cristianas, personas interesadas

 

En una de las anteriores cartas, le decía que me había quedado pensando en las razones que nos impedían hablar “decentemente” y cómo habíamos llegado a pensar tan diferente siendo creyentes en el mismo Dios y lectores de la misma Biblia.

La reflexión me llevó a reconocer que pensamos, hablamos y actuamos de acuerdo a lo que aprendimos y a lo que “tenemos” en la mente y en el corazón, tanto para bien como para mal.  Lo que “tenemos” en la mente y el corazón, ordinariamente, no lo elegimos conscientemente, lo tenemos sin darnos cuenta y sin saber ¿por qué?.

Esto explica que a veces, actuemos contrariamente a lo que queremos y a lo que pensamos, actuaciones que no están determinadas por la voluntad, la decisión y el pensamiento consciente, reflexivo y racional sino por aprendizajes culturales, familiares, religiosos y sociales ocurridos en los primeros años de vida, que están dentro de nosotros sin darnos cuenta, sin saberlo y por esto es común que queramos una cosa y hagamos otra.

Hablo de lo que hacemos “sin darnos cuenta”, diferente a lo que pensamos, planeamos y ejecutamos conscientes de su valor ético, social o religioso, conociendo sus consecuencias personales, sociales o ambientales. Me refiero a las cosas que hacemos y decimos cuando perdemos el control o actuamos sin pensar, que nos damos cuenta cuando “metemos la pata”.

También recordé lecturas que me llevaron a reconocer que “al principio de nuestra vida”, no elegimos las circunstancias que nos llevaron a pensar como pensamos, la familia en la que nacimos (hay familias que ayudan a pensar críticamente otras no), la escuela a la que fuimos los primeros años (hay escuelas que siembran el amor por el conocimiento y otras no), los profesores y profesoras que nos tocaron (unos sembraron el amor por el estudio y otros nos hicieron “cogerle pereza”), tampoco elegimos la iglesia a la que fuimos en nuestra infancia (unas, nos enseñaron el amor a Dios, el respeto a todas las personas, el cuidado a la creación, la justicia y la equidad; otras, nos enseñaron a tenerle miedo a Dios, a imponer las creencias, a pensar que solo vale nuestra opinión y nuestra creencia). Sería muy larga la lista de hechos que marcaron nuestra vida desde en la infancia, que nos llevaron a ser como somos y a pensar como pensamos, sin posibilidad de elegir.

Igualmente, me vinieron a la memoria personas impulsivas, que de un “de un momento a otro” actúan sin pensar, se hacen daño y hacen daño a quienes estaban a su lado, que luego se arrepienten de lo dicho y lo hecho, pero que encuentran cómo restaurar el daño causado. Entonces, caí en la cuenta que hay momentos y circunstancias en los que hacemos y decimos “cosas” sin control, que actuamos como no queremos y como no debemos y luego no sabemos cómo remediar el daño causado y las relaciones rotas.

Los estudiosos de la condición humana, dicen que nuestra manera de ser y actuar se determinada en los primeros años de vida, especialmente los seis (6) primeros años, etapa en la que no podemos elegir, decidir, pensar, valernos y defendernos por nuestra cuenta, lo hacen otros, los adultos, por nosotros. De esta época poco recordamos y estamos marcados por ella. Esta realidad ayuda a entender el drama que vivimos cuando somos como no queremos ser y actuamos como no queremos, unos en menor y otros en mayor proporción.

Reconocer esta realidad, puede facilitar una actitud más comprensiva con nosotros y con los demás y una mayor disponibilidad y apertura para el dialogo con quienes piensan y son distintos.

Es posible aprender a manejar nuestros comportamientos involuntarios o inconscientes, a elegir adecuadamente, a tomar decisiones más pensadas y valoradas; para lo cual debemos estimular la comprensión del dolor y el sufrimiento de las personas, el conocimiento de la realidad humana y social, generar pensamientos constructivos y críticos, buscar el querer de Dios en la vida de los seres humanos y de la naturaleza, asumir una actitud sencilla y humilde para buscar la verdad, la justicia y la armonía y tener presente el mandato de Jesucristo:

«Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso»-o compasivo- (Lucas 6,36), con los seres humanos y la naturaleza, la creación.

 

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Estos aprendizajes hacen la vida humana más sana espiritual y psicológicamente y se logran escuchando para entender lo que quieren decirnos; contemplando la naturaleza y todo lo bello que hay a nuestro alrededor; cultivando el amor por la lectura, las artes, el conocimiento y la sabiduría; reconociendo que sabemos poco de Dios y que conocemos algo de voluntad en las Escrituras, especialmente en los evangelios que muestran la vida, muerte y resurrección de Jesús; viéndolo y escuchándolo en el sufrimiento y dolor humano, en las luchas por hacer el mundo más justo, armonios y equitativo; contemplando a Dios en la creación y en la naturaleza, en su obra maestra en un largo y bello proceso evolutivo.

Con estas reflexiones quiero decirte que llegamos a “la imposibilidad de hablar civilizadamente y a pensar tan diferente siendo creyentes en el mismo Dios y lectores de la misma Biblia” por una suma de factores o circunstancias que no elegimos, que nos llevaron a hablar y actuar, instintiva y pasionalmente, cuando abordamos las realidades afectivas y emocionales, las creencias políticas o religiosas, los valores familiares, culturales y patrióticos generando conflictos como los que nos han distanciado. Pero podemos y debemos avanzar en la superación de los conflictos asumiendo las recomendación de San Pablo:

“No se acomoden a este mundo, por el contrario transfórmense interiormente con una mentalidad nueva, para discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto” (Romanos 12,2)

Fraternalmente,
P. Alberto Franco, CSsR, J&P
francoalberto9@gmail.com