El hermano de Jenny lleva 18 años desaparecido, su primo también, se los llevaron juntos. Desde entonces ha emprendido una lucha en busca de la verdad que aún no termina. Hace un año está en el proceso con la Unidad de Víctimas y la JEP acompañando la búsqueda en el Estero de San Antonio, participando de reuniones, mesas técnicas, aunque esto signifique viajar hora y media por río, dos horas por mar – con lancha rápida – llegar a Buenaventura, de ahí viajar a Cali, a veces hasta Bogotá. Esta es su lucha.
Por Sara Bonoldi, Contagio Radio
Jenny Mondragón es de la zona rural del rio Naya, río que nace en el Cerro Naya y desemboca en el océano Pacífico. Su comunidad se encuentra en la orilla del Valle del Cauca, municipio de Buenaventura, mientras que al frente ya es departamento del Cauca. Me cuenta que se puede cruzar nadando pero que ella no lo hace por miedo, pues mucha gente se ahogó halada por algo, y me explica que hay muchos mitos y leyendas sobre eso.
Para cruzarlo ellos utilizan una lancha a motor o un puntillo y un canalete. En la vereda, llamada Chabirú, hay unas 50 casas y las comunidades aledañas tienen más o menos la misma población. Mientras me describe su territorio yo busco imágenes por Internet y le comparto mi entusiasmo al ver la potencia de esos paisajes. “Si, es muy bonito” me responde, “sino que ya la violencia… todavía la situación es crítica, ya uno siente que no es dueño de ese río”.
Apróximadamente a los 6 años Jenny se fue para Buenaventura con su mamá y sus 3 hermanos, y ahí se crió entre la ciudad portuaria y Cali. Al día de hoy, es madre cabeza de hogar de cuatro varones, que viven entre Buenaventura, Cali y Chile, mientras que ella volvió a vivir en Río Naya, de donde espera se mantengan alejados.
La desaparición de su hermano: Rómulo Mondragón Arboleda
“En el 2005 fue la tragedia de mi hermano que se lo llevaron, estoy en el proceso hace un año con la Unidad de Víctimas y la JEP, asistiendo a las reuniones, a las mesas técnicas, a los encuentros de palabreros, y también estamos en un grupo psico-espiritual, hacemos oraciones, cada cual con su creencia”.
La labor que se lleva a cabo en el grupo psico-espiritual es de articular algunos de los saberes espirituales de las comunidades Afro con algunos saberes propios de la psicología. El objetivo es facilitar espacios de diálogo, expresión de emociones, sentimientos y pensamientos de forma segura, relacionados con la búsqueda de los seres queridos. En las reuniones y mesas técnicas, en cambio, se habla sobre el Estero de San Antonio que están investigando, del dragado, de que se quiere remover la tierra, de que están viendo las corrientes, las mareas.
“Siento que no hemos avanzado, que siempre se habla lo mismo, que el dragado, que van a traer unas máquinas, que han hablado con personas de Argentina, de Brasil… el problema es que aquí es muy difícil: no hace frío para que se conserve el cuerpo, al revés, el agua es muy salada, es mar. Están haciendo pruebas y han visto que después de una semana ya la piel se desprende a causa del salitre, han encontrado unos restos óseos de hace unos años pero no le pudieron encontrar el ADN porque no hay de donde, ya está todo desgastado, el salitre borra toda la evidencia cuando son muchos años.”
Jenny lleva un año en este proceso, participando de estos espacios, a pesar de que esto a veces signifique viajar hora y media por río, dos horas por mar – con lancha rápida – llegar a Buenaventura, de ahí viajar a Cali, a veces hasta Bogotá, a veces sabiendo que su vida corre riesgo para estar persistiendo en la búsqueda de la verdad.
“Amenazaron que no siguiéramos buscando más, uno no sabe a quién recurrir, yo voy para Buenaventura pero yo no camino tranquila, en el carro voy con una zozobra y con unos nervios. Uno no sabe cómo hablar, con quien hablar. Por eso a veces voy a las reuniones y me dedico solamente a escuchar, hay mucha desconfianza y mucha incertidumbre”.
Medida cautelar y caracterización del Estero de San Antonio
“En Buenaventura al menos 841 personas fueron desaparecidas en el contexto del conflicto armado; de ellas, 779 fueron desaparecidas forzadamente, 40 reclutadas, 3 secuestradas y 19 asesinadas con ocultamiento de cuerpos”. (Datos entregados a la Unidad de Búsqueda por cuenta del Centro Nacional de Memoria Histórica).
Frente de esto, diferentes líderes y líderesas sociales y organizaciones de víctimas y de defensa de derechos humanos, entre ellas la Comisión de Justicia y Paz, empezaron a pedir desde octubre de 2020 la adopción de medidas cautelares sobre el Estero de San Antonio, donde se encontrarían restos de cuerpos de personas dadas por desaparecidas.
La Medida Cautelar fue otorgada finalmente por la JEP el 17 de diciembre de 2021, tras visitas, audiencias y recolección de pruebas e información. Se adoptó esta medida con el fin de satisfacer los derechos de las familias y de las víctimas de desaparición, impidiendo cualquier tipo de intervención en el lugar en un plazo de 180 días prorrogables. Lo que se quería prohibir era el dragado del mismo estero ya que esto dificultaría la búsqueda, ya de por si complicada en un terreno tan irregular y de difícil acceso como lo es el Estero de San Antonio en sí.
De hecho ha sido necesaria una caracterización del lugar que se llevó a cabo en el agosto del año pasado. El trabajo consistió en un reconocimiento pedestre del lugar para conocer la estructura del estero y sus características físicas, seguidamente se hicieron pozos de sondeo con la finalidad de hallar elementos o indicios de lugares de inhumación y saber a qué profundidad cambiaban las condiciones físicas de la isla. En este espacio no se generaron las condiciones para que los familiares de los desaparecidos participaran de la actividad, circunstancia que desconoce la centralidad de las víctimas en escenarios forenses, ya que no se pudo garantizar la seguridad de los mismos.
Entre las varias actividades que Jenny me enumera, hay marchas, rituales, la armonización del lugar donde se supone se encuentren personas dadas por desaparecidas, se hacen alabados, cantos, al lado de un mural que se hizo en ocasión del día de las víctimas de desaparición forzada, donde se pintaron los rostros de las personas y se usó el arte para visibilizar este fenómeno. Ese día se realizó también un acto simbólico en el que las víctimas trajeron agua del río Naya como una muestra de arraigo al territorio y en representación de los desaparecidos de esta zona.
Espera sin fin
El hermano de Jenny lleva 18 años desaparecido, su primo también, se los llevaron juntos. En todos estos años ella acompañó su madre en la búsqueda; después de colocar la demanda, estuvieron buscando aquí y allá, en Dagua y en Buenaventura. Se buscó y se buscó en la isla Calavera, donde se supone que se encuentran, cuando recién ocurrieron los hechos, pero nada. “Se los tragó la tierra”, me dice suspirando. Esta búsqueda sin fin llevó a su madre a la muerte, “entró en depresión y la depresión le trajo un sinfín de enfermedades”, me comenta.
“Tú no te imaginas. Perder una persona así es muy duro, es un esperar sin fin, una pregunta sin fin… días van, días vienen.”
Ella también, como su madre lo hizo, lucha contra la tristeza cotidiana que se arrastra días tras días, después de lo sucedido: “Sé que a mi hermano no le gustaría verme así, que ya son muchos años, que yo sufro mucho y que todavía tengo mucho dolor, pero es un dolor que uno no olvida, más bien aprende a convivir con él, te marca para toda la vida”.
Lo que intenta hacer es aliviar la pena dando homenaje a sus familiares, por ejemplo preparando la comida que a su mamá le gustaba: el toyo con frijoles.
Un dolor compartido con todo el país
“Yo no tenía esa sensibilidad. Cuando ya lo viví, me di cuenta de lo que ocurría en mi entorno y alrededor. Y uno siente el mismo dolor y es horrible.”
Participando en el proceso, Jenny ahora tuvo la ocasión de relacionarse con más personas afectadas por la misma tragedia, también de distintas zonas de Colombia en eventos como el Primer Acto de Reconciliación, organizado por la Comisión de Justicia y Paz en el Caquetá.
“En el Caquetá fue muy fuerte, las Mujeres Buscadoras hicieron un dramatizado sobre lo que todavía están viviendo, estaban ahí madres con las fotos de sus hijos. Allá hubo muchas personas dadas por desaparecidas, demasiadas. Mucha gente que la tiraban al agua, le llenaban el estómago con piedras. Hay familias que han perdido dos o tres hijos, hermanos, padres, tíos. Hay algunos que después de todos estos años pudieron dar con sus seres queridos y darle una digna sepultura, otros no hemos podido contar con ese privilegio.”
Pero también resalta que cada hallazgo es un pequeño paso hacía la verdad, sea de la persona que sea. Me explica que la raza negra es muy unida, y los que están compartiendo el mismo proceso y el mismo dolor, trabajan para una causa común.
“En esta búsqueda que no daría yo para volver a encontrar alguna partecita de mi hermano o de mi primo, y si eso no se puede, ayudar a otras madres, a otros abuelos, a otros hermanos, se siente uno mejor poder aportar en la búsqueda de otros seres queridos. Toda esa tragedia te mueve y te toca cuando ves que alguien más tiene que estar pasando por esto.”
La esperanza que tiene Jenny ahora es de poder volver a estudiar, aprender a manejar la computadora, aunque la tecnología dice que le pega horrible; le gustaría dedicarse a la cocina o al diseño de modas. De hecho, unos cuantos días después de esta entrevista tengo el gusto de conocer a Jenny en persona, y luce un vestido hermoso de tela africana que me cuenta ha sido diseñado por ella. Durante el encuentro me enseña más modelos que ha creado, me cuenta de sus hijos, e inevitablemente volvemos también al tema de su búsqueda, pues se encuentra en Bogotá para participar en una mesa técnica con la JEP, acerca de la medida cautelar del estero.
Mirando al futuro
A pesar de todo, de las dificultades, de los obstáculos, de la incertidumbre, Jenny está convencida de que hay que seguir buscando: hay muchos esteros, hay muchos ríos, aunque entrar al manglar es horrible entre las raíces y el barro. Hace tiempo ella era una conocedora de este territorio, allí pianguaba como muchos de su comunidad, pero ya lleva más de 10 años sin hacerlo y especifica que no le gustaría volverlo a hacer, pues le da miedo encontrarse con un cadáver.
“Los árboles hablan, la naturaleza habla, el mar habla, y allá han derramado mucha sangre. Uno para entrar a esos raiceros le pide permiso a la Madre Naturaleza, pero ahora uno no es capaz ni con un grupo de personas de entrar a pianguar como yo lo hacía años atrás, o salir con un trasmallo a coger jaiba, no soy capaz de montarme a una canoa y desprenderme.”
Vivir una experiencia y un dolor tan fuertes e incomprensibles deja rastros que siguen afectando a lo largo de toda la vida, y a eso se suma que realmente la situación no ha cambiado mucho en esta zona del país, ni con el cambio de gobierno se vieron mejorías.
“Yo quería el cambio, voté porque siempre he votado pero no he visto el cambio. Es un país muy grande, demasiado grande Colombia”.
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